miércoles, 20 de enero de 2010

guerra




A ella no le gustaban las mujeres pero conmigo había decidido hacer una excepción o al menos jugar. Nunca nos habíamos acostado y yo pensaba a menudo en el momento que eso sucediese. Los encuentros no eran frecuentes pero esas noches nos entreteníamos con besos furtivos y caricias calientes en bares llenos de gente de donde, si nos hubieran visto, posiblemente nos habrían expulsado.

La chica me atraía sexualmente, pero nada más. Tenía muy claro que ese era todo mi interés. No era la mujer de mi vida, no podía serlo, yo no quería que lo fuese. Pero me moría de ganas de tenerla en mis brazos, besarla, acariciarla, disfrutar de su cuerpo, comerme sus caricias y recorrerla con mi lengua. Quería hacerla temblar de placer, que disfrutase del mejor orgasmo de su vida, que se olvidase de los hombres un rato. Quería ser la primera en demostrarle que las caricias de las mujeres son siempre más certeras que las de un macho hambriento de sexo. Que no hay por qué escoger. Que es diferente.

Pero de vez en cuando también me sorprendía pensando en despertar a su lado, cocinarle, mimarla, regalarle flores. Despedirme de ella cuando se marchase de fiesta sabiendo que pasaría por alguna cama antes de volver a casa… Pero intuyendo que volvería porque, en el fondo, sólo estábamos jugando. Ella a ser una chica mala, yo a ser feliz.

1 comentario:

Roberto Tega dijo...

!Qué bien escrito¡ Te quedó muy natural :) Me gusta
Un beso